En
su poema “Los justos”, Borges venía a decir que aquellos que esperan que el
otro tenga razón están, sin saberlo, salvando el mundo. Si esto es así -y a Borges
suelo créele a pie juntillas-, yo estoy en esa tarea de salvar a la humanidad
porque quiero creer que quienes manejan el entramado de estas plataformas
mediáticas como change.org, tienen razón, y que haciendo un simple “click”
sobre una petición justa, puede obrarse el milagro de evitar una lapidación,
una doble comisión bancaria, o que a Ali al-Nimr, un muchacho que tenía
diecisiete años cuando le detuvieron por participar en una manifestación de
protesta contra el gobierno de Arabia Saudí, le decapiten y después exhiban,
como un trofeo, su joven cuerpo inerte y mutilado.
Que
no quede por mover el dedo índice, ése que acusa, que aprieta gatillos, también
tiene que servir para salvar al hombre presionando sobre el ratón o la pantalla
hasta conseguir un “click” con el que nuestra conciencia se tome un respiro, al
menos hasta la siguiente petición.
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