Nota: Este texto lo escribí en tiempos
del anterior Papa, allá por el año 2000; nuestro actual Papa, sí cuenta con mi
simpatía.
He pasado, junto unos amigos,
cinco días de vacaciones en Roma. Me habían dicho que Roma era “la ciudad”. No
se equivocaban. Mis ojillos se asomaron al mundo romano en la Piazza Navona,
una plaza elíptica salpicada por fuentes esculpidas por Bernini; dos manzanas
más allá se levanta, como un gigante momificado, el Panteón; al otro lado de la
Plaza Navona, el Campo di Fiori, donde en las mañanas, uno, sin querer, busca
entre las flores y las verduras de los puestos del mercado el escote brutal de
la Loren o la mirada cálida de Mastroianni.