nacido de mí
misma. Cuenco estrecho
que me hace creer
espejo, el espejismo.
Nudo del corazón
siempre deshecho,
que en cada
contrapunto se entusiasma
y olvida aquel
ritual del exorcismo.
Altar del
erotismo:
filosa dentellada
de tu verdad
negada.
Condensas en tu
máscara sombría,
tu digna
inclinación a la herejía
de abandonar mi
boca tan sedienta,
en tiempos de
sequía.
Estoy dando razón
a la tormenta.
Bucear en cada
leve asimetría
para llenar de
rocas el camino:
poder sinrazonar
el argumento,
cargas las tintas
al deseo divino.
Tan en vano: la
sangre no se enfría.
Abre una grieta
hacia el derrumbamiento,
horada hasta el
cimiento.
Evoca un acertijo:
¿la vida me
bendijo,
me dio estas
insaciables oquedades,
para buscar
-celosa- las verdades?
¿O para que
llegaras de repente
sembraras
ansiedades,
y partieras? Con
un beso en la frente.
Sandra Catalano
Los espejismos vienen con unos labios abiertos y se van
con un beso en la frente, levantan su humedal
de cercanía inalcanzable, jardín secreto para el castillo en el aire de
nuestra soledad. Hay bocas que traen la lluvia con el ritmo frenético de las
marimbas africanas, que al besar es como si hicieran bailar a todas las tribus
del desierto la danza circular y alucinada que convoca los tifones. Mientras
dura la tormenta mágica llueve a cántaros sobre las bocas sedientas, y las
palmeras flamean su verde ficticio en una coreografía improvisada por el deseo;
el viento viene barriendo nostalgias, rizando el mar en el arenal, cicatrizando
todas las heridas. Es el ritual sagrado de un exorcismo para ahuyentar los
cuervos negros de lo imposible. Todo es tan real mientras corremos hacia él,
mientras reverbera su ausencia tan presente y tan cercana, que cuando se
desvanece, apenas queda de nosotros una verdad negada, una máscara inerte con
el zarpazo inconfundible del tigre de las sombras.
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