Veo la atrocidad en la
televisión. Resulta que hay una pequeña parte del Islam que todavía cree que
las puertas del Paraíso pueden abrirse con las manos manchadas de sangre, que
hay un Dios que, para solaz del mártir, premia la muerte con una orla de
vírgenes en algo parecido a un celeste Punta Cana con todo incluido.
Resulta también que Occidente
tiene la apócrifa certeza de creer inmutables ciertos principios básicos sobre los
que se asienta su pesada arquitectura. Uno de estos valores universales que considera
dogma de fe es la libertad de expresión. Al calor de su brasero se han quemado
demasiadas personas en Paris hace pocos días a manos de unos descerebrados que
tomaron como ofensa el ejercicio de este derecho. Sin embargo, sinceramente creo que esas viñetas estaban fuera de lugar porque nunca entendí qué
necesidad había de hacer unas caricaturas a sabiendas de su carácter ofensivo, ni
tampoco la necesidad de darles a estos terroristas una justificación – sí, ellos lo ven así- para llevarse por delante
la vida de tanto inocente.
Respiro aliviado y no me siento
solo cuando el Papa Francisco pone el sentido común al decir que la libertad de
expresión tiene límites, que decir, escribir o dibujar lo que a uno le viene en gana vale siempre que
sirva para apoyar al bien común, pero que no se debe ofender de forma gratuita
y deliberada; y yo, sinceramente creo, que en esas viñetas la ofensa estaba
garantizada “ab initio”. Prueba de ello ha sido la unánime reacción de condena
del mundo islámico que, aun desmarcándose – sin la debida contundencia- de la
barbarie terrorista, ha mostrado su malestar ante los dibujos de su
profeta.
El problema, en fin, no es otro
que la definición de los límites del ejercicio de este derecho, cuya fijación, no es ni podrá será nunca universal, porque estas
fronteras invisibles que lo limitan cambian más que la arena del desierto, al
depender de parámetros que, como en este caso, pueden llegar a ser
contradictorios. Así, lo que para Occidente resulta un evidente ejercicio de
humor y crítica satírica cuyo objetivo último es una sonrisa, una crítica y una
reflexión; para el fundamentalismo islámico es un imperdonable insulto a Mahoma.
Creo llegado el momento de que la vieja Europa haga un alarde de elegancia y,
sin dar un paso atrás en las libertades conseguidas, haga uso de su
“savoir-faire” para no echar inútilmente gasolina al fuego. Todo sea por no ver
más sangre perderse por el estéril desagüe de la Historia.
100% de acuerdo contigo. Utilizar la libertad de expresión para ofender a otros, ya sean radicales o a millones de personas que son musulmanas, es de mal gusto e innecesario. La falta de empatia por parte de unos y otros es lo que nos está matando.
ResponderEliminarAsí es, Saritagrillo, parece mentira que tenga que venir el Papa a recordarnos algo tan simple.
EliminarMe gusta muchísimo como escribes, Luis.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias Lolo, esas palabras valen doble al venir de alguien que escribe tan bien como tú lo haces, .
EliminarCompletamente de acuerdo, Luis. Se trata de sensatez y de bondad, no de prudencia acomodaticia ni de diplomacia (y menos aún -creo- de miedo).
ResponderEliminarLa libertad de expresión tiene varios límites. Regularlos es difícil, pero deben existir. Uno de ellos (entre otros) es la ofensa gratuita y el escarnio de sentimientos religiosos. Creo que en este sentido (y estoy de acuerdo contigo) Europa debe hacer una cierta revisión. Esperemos que la respuesta salvaje, desproporcionada, bárbara de estos islamistas no sea el motivo para hacerlo. El motivo debería ser la convicción profunda de que la libertad y el respeto no son antagónicos ni se excluyen mutuamente (sino todo lo contrario).
En el caso de la Iglesia Católica, este tipo de ofensas son frecuentísimas, a veces de un gusto verdaderamente bajo y zafio. Hay quien lo compara con el Islam y dice algo así como: "Con la Iglesia no hay problema, porque no hay miedo y sale gratis ofender lo más sagrado". Yo creo que, si es así, pues esto no es un descrédito para la Iglesia, sino lo contrario... A fin de cuentas, el origen de nuestra fe está en un Dios débil,torturado y crucificado y ahí radica su fuerza.
¡¡Un fuerte abrazo Luis y gracias por compartirlo!!
Fernando