sábado, 6 de diciembre de 2014

Azares




En marzo de 2003, varios misiles estadounidenses estallaron en un mercado de Bagdag ocasionando decenas de muertos. Ese mismo día, aproximadamente a la misma hora, venía al mundo mi hija Ana.

 Un dolor que se anuncia y se va haciendo intenso hasta endurecer el vientre y luego deshacerse. Después otro, en intervalos cíclicos. Ritmo de vida que viene desde el agua.
Aviones que despegan cada dos minutos con el vientre preñado de bombas. Manos que esperan su llegada, abiertas y receptoras. Mercado que borbotea de gente que se afana por vender y comprar. Piernas que se abren como una puerta hacia la vida. Calles que estrenan el ritmo de cada lunes. Por el túnel estrecho de un útero avanza, cabeza abajo, el cuerpo que nace cuando la muerte mecánica vuela hacia su destino. Como un pez, se escurre de una vagina abierta de amor doliente mientras las bombas estallan.  El tiempo tiene azares terribles, le basta un segundo para estirarse y unir la distancia inmensa que existe entre un hospital de Madrid y un mercado de Bagdag. Sobra un golpe de segundero para deshojar de la misma margarita un pétalo de vida y otro de muerte. Mi hija ha nacido en un hospital y en un mercado de Bagdag la muerte terminó de vender su mercancía. Son latidos que se estrenan mientras otros se acaban, notas para la armonía siniestra que fluye por la sangre de los siglos.



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