Abrir la ventana. Eso es, abrir la ventana a la luna.
Agazaparme en el alféizar a esperar la orden, el reflejo en plata sobre el
agua, ésa es la contraseña. Luego el vuelo corto, nocturno y funesto, hechizado de luz blanca y final. En la
enfermería no hay rejas y la ventana es un marco para un fresco de luna. Tengo
sed, pero a esta hora no debo pulsar el timbre. No, a esta hora, no. Además,
hoy está ese enfermero de manos violentas y voz ronca.