miércoles, 19 de noviembre de 2014

Nocturno



Abrir la ventana. Eso es, abrir la ventana a la luna. Agazaparme en el alféizar a esperar la orden, el reflejo en plata sobre el agua, ésa es la contraseña. Luego el vuelo corto, nocturno y funesto,  hechizado de luz blanca y final. En la enfermería no hay rejas y la ventana es un marco para un fresco de luna. Tengo sed, pero a esta hora no debo pulsar el timbre. No, a esta hora, no. Además, hoy está ese enfermero de manos violentas y voz ronca.
Le gusta hacer los nudos como si en lugar de muñecas, amarrara barcos. No, mejor aguantar la sed hasta que la luna haya alzado del todo su ojo blanco. Ya casi tengo un dedo fuera de la presilla. Un mes en la oscuridad de la celda de castigo es un mes sin ver la luna. Ellos saben lo que eso me duele, por eso me sacaban al patio sólo con el sol alto. La luz me hace llagas y yo luego me rasco, me rasco, me rasco y vienen las heridas. Dicen que es tiña. La miseria en la cárcel tiene el hambre color de sarna. Sé que estas heridas son la venganza del sol. Ellos no me creen, claro. Me duelen los dedos pero ya tengo dos libres del cepo de cuerdas. Dos dedos liberados son dos serpientes en fuga, dos cintas de carne para deshacer nudos. No, claro, a ellos sólo les preocupaba saber nombres, teléfonos, datos para apuntar en su libreta. Yo callaba, callaba. Preguntádselo a la luna, ella lo sabe todo. Y ellos, vuelta de tuerca, voltios y cigarrillos, hambre y golpes. De noche, en la celda, la luna cicatrizaba las heridas, ahora lo sé. Tengo mucha sed y también un dedo más fuera. Llueve, hoy llueve mucho, es verano. Luego vinieron las inyecciones, el mundo en niebla, delirio de nombres, de direcciones, vaivén estridente hacia la muerte. Yo gritaba: ¡La luna¡ ¡La luna¡ Traslado de urgencia a la enfermería. Aquí no hay rejas pero sí cuerdas en la cama. Ya no hay lluvia, tormenta de verano que se fue. La sed y la mano libre que deshace nudos. La mano libre que deshace nudos. La mano libre que deshace nudos. Todos duermen menos la luna que brilla tras la ventana, madre amante. En cuclillas sobre el alféizar, como un gorrión sediento y suicida, veo un charco para mi sed con brillos de contraseña: en él se refleja el círculo redondo, blanco y letal de la luna.


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