A Fátima Huseignagic le cabe su vida en la bolsa de
plástico que siempre lleva encima. Por su mirada corren las aguas termales que manan de las
montañas de Srebenica y que ahora se pierden sin provecho en la corriente mansa
del río Drina. La mirada de Fátima es ahora eso, una corriente que se pierde,
un curso de imágenes que pasan y se van. Sus ojos oscuros resumen toda la
negrura de una guerra que vistió de espanto las montañas de su
ciudad y que paró su reloj a las 11.30 a.m. de la mañana del 12 de julio de
1.995, cuando un machete serbio abrió un canal de sangre en la garganta de su
hermano. A Fátima le vencieron las fronteras y los catecismos, los odios
larvados por el tiempo. Ahora camina por las calles de Porriño, en Pontevedra,
con una bolsa de plástico blanca en la mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario