Dime, tú que sabes de esto, por qué me estoy muriendo de
deseo en vacío, de adioses antes de tiempo. Dime tú, cómo hago para que no
caiga la gota que colme el vaso, si la veo venir con una certeza de disparo a
bocajarro.
Lo único que se me ocurre es esto, escribir, escribir como
forma de hacer caligrafía con el dolor, de desangrarlo de tinta en palabras que
no traen más que el acuse de recibo de un destierro con denominación de origen
en la región fértil de tu mirada, de tu boca perfecta.
Pero escribir no acorta distancias, no ensancha la
garganta del reloj de arena para que estés más cerca, para que sea antes.
Escribir es una forma de acariciar el recuerdo, pasar la punta de los dedos por
las teclas de tu piel, erizar los vértices oscuros de tu pecho sólo con las
cinco letras escritas de la palabra labio.
Esta carta de amor es un tren con destino papelera, un
ventarrón para abrir la amarga ventana del silencio a las palabras que ahora se
escriben sobre este papel en blanco. Qué le voy a hacer, es la única forma que
se me ocurre de excusar esta costumbre mía de tenerte siempre en la boca.
Niña lejana, hembra viva y
abierta en el hueco de la nostalgia. Mujer que prolongas pasado y futuro en la
goma elástica de tu sonrisa. Risa simultánea que me estampa en la cara la
lluvia torrencial de la pena de ahora, de este instante en el que escribo “este
instante”, de estas palabras, que son
las últimas de hoy.
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